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  • virginia filip

Los koans y los antiguos yoguis de la India


No tengo muchos recuerdos de cuando era muy pequeña, pero me llama la atención que uno de los recuerdos mas importante de cuando tenía tres o cuatro años tuvo que ver con mi mente y los pensamientos. Estaba en una camita junto a mi hermana Catalina, un año mayor. Nos acabamos de acostar y yo estaba canturreando alguna canción que había aprendido. De pronto mi hermana de dijo: -No cantes!- Y como ella era mayor y más dominante le obedecí e inmediatamente me callé. Nos quedamos en silencio un rato, de pronto ella se volteó hacia mi y me dijo -No pienses!- Recuerdo que me quedé sin saber qué hacer, no entendía como podía saber mi hermana en el silencio y en la oscuridad de la noche si yo estaba pensando o no? Debe haberme sorprendido mucho la situación porque aun hoy recuerdo esa noche, las camas y las colchas azules.

Después, ya mayor, tendría unos 11 años, encontré en el cuarto de mi tía Betty que era considerada un poco rara en la familia porque le gustaba todo lo esotérico, un libro sobre yoga. Era un libro viejo y en la portada que estaba medio rota había un hombre en calzón blanco sentado de piernas cruzadas. El libro se llamaba “Los antiguos yoguis de la India”. En ese entonces el yoga era prácticamente desconocido, más aun en un pueblo pequeño en Chile. Al ir hojeando el libro me llamaron mucho la atención las fotos de personas morenas haciendo extrañas posturas que yo inmediatamente quise imitar. Una parte del libro hablaba sobre algunos yoguis en ciertas regiones remotas de India que tenían poderes y a través de la respiración controlaban su mente y podían dejar de pensar. Recuerdo que eso me sorprendió mucho e inmediatamente intenté hacer los ejercicios que se describían en el libro para poner la mente en blanco, pero a los minutos me rendí, me desesperé, era demasiado difícil, sentí que era imposible parar los pensamientos! Me di cuenta de que mientras más trataba de no pensar, más pensaba y de que yo nunca lograría hacer lo que hacían esos yoguis. Mi cuerpo era muy flexible y me encantaba aprender posturas raras, era muy hábil en los deportes, hacía gimnasia y siempre estaba en movimiento, pero sentía que con mi mente tenía problemas, que nunca iba a poder controlarla.

Ya adulta aprendí a meditar y a calmar la mente, no a pararla pero a concentrarla. La meditación se volvió una practica importante en mi vida, cada vez que me sentaba en silencio era un encuentro con mi mente…esa mente que no paraba de pensar. Un día me pregunté si esa mente que quería calmar era realmente mía. ¿ Es mía la mente que está analizando y componiendo ideas y recuerdos en este momento...es mía? me daba cuenta de que la mayor parte del tiempo no era yo quien la controlaba. Si esta mente fuera mía, porque entonces se comporta de manera independiente y parece seguir patrones de pensamientos que no se de donde vienen y que no reconozco como “míos". ¿Es mía la mente que no recuerda lo que quiero recordar y no olvida lo que quiero olvidar? La que tiene escrita mi historia pero también tiene escrito miles de otras cosas, ideas, opiniones y voces de otras personas que han experimentado e interpretado el mundo y la realidad de otra manera.

A veces en mis clases de yoga comparto con mis estudiantes sobre meditación y en una ocasión hablamos de lo difícil que era definir a la mente. Se me ocurrió pedirles que describieran su propia mente usando metáforas porque pareciera que esa es la mejor manera de atrapar esta mente tan escurridiza.

Una de ellas escribió:

Mi mente es como el mercado, llena de voces extrañas, ruido, mucho ruido es tanto a veces que no me permite escucharme y también está llena de piratería que son ideas de otros, ideas piratas que desequilibran mi estado de tranquilidad.

Otra alumna describió muy claramente esa mente que nunca puede ser atrapada:

“Mi mente es tan etérea que cuando la quiero tocar se deshace como si fuera una nata muy delgada que flota en la superficie del agua, cuando la quiero ver, se escapa sigilosamente como una serpiente, cuando la quiero escuchar se calla por unos instantes. Pero apenas me olvido de ella se vuelve nuevamente sólida y estridente.”

Una señora indígena que venía de un pueblo fuera de Oaxaca me dio un papelito escrito a mano que me tocó el corazón:

“Mi mente es como un papalote que se escapó de la mano de un niño

y de tanto andar y andar se atoró en la rama de un árbol donde solo se mueve al control del viento.”

…de tanto andar y andar la mente se enreda y no puede liberarse como el papalote en el árbol! Mientras mas me quiero liberar de la ansiedad más me sumerjo en ella.

Desde niña mi mente era mi refugio, era ese lugar donde me encerraba y aislaba del mundo. Me servía muy bien para crear fantasías en las que me perdía por horas y me ayudaba a escapar de una realidad que no me gustaba. Tardé años en darme cuenta de que esa mente era un refugio peligroso porque de pronto podía transformarse en mi mayor enemigo, era capaz de fabricar en un segundo situaciones terroríficas que parecían muy reales inundándome de pensamientos de miedo y angustia de los que no podía salir.

Alguna metáforas que compartieron mis alumnos describían esto:

“Mi mente es como una tela que voy cosiendo y descosiendo, armo constantemente fantasías, construyo historias; cuando me doy cuenta de ellas, las descoso.”

“Mi mente es una casa de espejos, mil imágenes de mi misma , donde es imposible encontrar la salida.”

“Mi mente es el patio trasero donde están los botes de basura en los que escudriño como un mendigo buscando algo que me alimente para volver a entrar a casa y seguir sobreviviendo.”

Puedo reconocer esto, esos momentos en que busco pensamientos que me alimenten, aunque sean basura … para sobrevivir, sobrevivir a que?

Cuando conocí la meditación zen, especialmente la meditación zen con koans, hice un gran descubrimiento. Llevaba meditando varios años pero todavía, aunque de manera sutil, sentía lo que sentí de niña, esa desesperación por no poder parar mi mente, esa sensación de que algo todavía no estaba bien con mi mente y por lo tanto conmigo. Con la práctica mi mente se calmaba y experimentaba una sensación de profunda paz y bienestar. Pero muy por abajo seguía ese deseo de experimentar sensaciones placenteras más seguido y por mas tiempo. Creo que el deseo de tranquilizar mi mente era como una enfermedad.

Tuve la suerte de encontrar maestros que sabían como sanar esa “enfermedad” y me fueron mostrando el camino. Mi mente no era la enferma, la enfermedad era la creencia de que tenía que cambiarla o acallarla.

Con la meditación zen y trabajando con los diferentes koans descubrí que no tenía que parar mi mente, no tenía que parar mis pensamientos, sobre todo que no tenía que cambiarla, que la meditación no se trataba de eso y que mi mente está bien tal cual está. Sentir que no hay nada malo con mi mente ni nunca lo hubo fue para mi fue una gran liberación.

Se que la pregunta sobre si la mente es o no mía no tiene una respuesta, pero siento que vale la pena quedarme con esa pregunta porque abre posibilidades en mi. ¿Hay algo que realmente sea mío? Es una pregunta que ahí está conmigo, abierta a lo que se revele. Ayer al amanecer la luna blanca flotaba en un cielo de nubes rosas. No tuve dudas de que ese cielo pintado de nubes rosas era mío!

No se si mi mente es o no mía, pero los koans me han dejado claro que todo lo que ocurre en mi mente es para mi. La mente que no para, la que se enloquece con pequeñeces, los pensamientos obsesivos, incesantes, los pensamientos piratas, son para mi y los dejo ser, no me identifico con ellos pero no los rechazo. Hay veces que justo ahí, en medio de los pensamientos más desquiciados algo se detiene y puedo verme. Entonces se abre una ventana y entra como un golpe de viento repentino, como una brisa fresca una oleada de compasión hacia mi, hacia mi locura y la locura del mundo. La guerra termina, mi mente ya no es mi enemiga. Está ahí para darme algo que viene de un lugar y de una inteligencia que nunca podré comprender. Y yo estoy aquí para tomarlo, para respirar esa fragancia.

Al comenzar en el camino de los koans me encontré con dos koans que me llevaran a ver esa mente que desde pequeña yo quería parar a toda costa.

“Detén el sonido de la campana lejana”

“Detén el ladrido de los perros a medianoche”

Son koans diferentes, que apuntan a situaciones diferentes, pero en ambos me encontré con ese yo que busca insistentemente detener, parar un sonido, un pensamiento. Al ir trabajando con ellos he ido descubriendo que no se trata de parar o cambiar algo. Se trata de ser, de volverme aquello que quiero detener o que quiero amar o que quiero alcanzar. Porque aquello y yo somos lo mismo.

En este momento están construyendo una casa al lado, hay ruido y muchos martillazos, pang, pang, pang… soy la irritación, soy el sonido y el martillo y el albañil y soy el silencio que está justo en el centro de cada “pang”!

Paso a paso en la oscuridad, si mi pie no está mojado encuentro la próxima piedra - dice un koan de la tradición zen. Paso a paso voy recorriendo el camino en la oscuridad, no se lo que me espera el próximo minuto. Pero en este viaje ahora camino mas ligera. Siento que mi pie no está mojado cuando mi mente ya no es mi enemiga, ya no es un estorbo que tengo que acallar o cambiar. Es entonces que encuentro la piedra. Esa piedra desde la que me sostengo para entrar de lleno a este fantástico, misterioso e impredecible mundo que se despliega ante mi fresco, nuevo y lleno de color, donde el papalote gira y se alza libre en el cielo.

Creo que de fondo eso era lo que los antiguos yoguis de la India en el viejo libro de mi tía también buscaban porque es lo que todos buscamos. Ahora ya no me siento tan diferente ni tan distante de ellos. En esta oscuridad luminosa, ellos, y yo y todas las cosas vamos caminando juntos hacia una meta que nunca se ha perdido porque está justo aquí, en este instante.


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